Por Ernesto Milá
Sabemos como no se realizaron los atentados del 11 de septiembre; creemos lícito y justificado, a estas alturas, negar la versión oficial de los hechos, por falsa y mendaz. Tras desarmar la tesis oficial, queda solamente establecer una hipótesis alternativa que, necesariamente, es conspirativa (pero no conspiranoica). Se apoya en que tiene en cuenta el estilo de trabajo de los servicios de inteligencia. ¿Por qué partimos de este apriorismo? Precisamente por que no es un apriorismo: el desmontado de la tesis oficial ha implicado necesariamente hayamos visto la acción de agencias federales y servicios de seguridad dependientes del gobierno, tras algunos episodios de intoxicación informativa y creación de falsos culpables. Nadie tendría interés en realizar intoxicación informativa si no estuviera implicado de alguna forma en el complot.
¿Qué servicios podrían estar implicados en este atentado? Vale la pena establecer dos bases de análisis: en primer lugar, cuando se habla de los EE.UU. se tiene tendencia a creer que se trata de un país monolítico en su estructura de poder. La sustitución de Carter por Reagan demostró que existían dos líneas que no pueden ser definidas en términos políticos; no se trata de opciones progresistas o conservadoras, sino más bien de dos actitudes ligadas a dos grupos económicos diferentes: el capital especulativo financiero ligado a las multinacionales y a las “dinastías americanas” y de otro el “dinero nuevo” surgido en la según da mitad de los sesenta al calor de las acumulaciones de capital procedentes de las nuevas tecnologías y de nuevos empresarios. Carter fue un delegado de los primeros, Reagan de los segundos. Bush, su vicepresidente primero, presidente luego y padre del actual presidente, fue el punto de encuentro entre unos y otros. Frecuentemente estas dos líneas se han traducido en orientaciones políticas diferentes. Basta con recordar el cambio de política que se dio de Carter a Reagan. Estas dos líneas no están nítidamente definidas, existen entre ellas interrelaciones y compromisos diversos y, en cierto sentido siguen vivas hasta nuestros días.
Así mismo, tampoco los servicios de inteligencia son estructuras monolíticas. Teniendo en cuenta que en EE.UU. existen casi tres docenas de estos servicios, con un presupuesto global más alto que el de Defensa alemán, hay que ser extremadamente cauto a la hora de hablar de servicios de inteligencia en EE.UU. Por lo demás, dentro de un mismo servicio, existen distintos niveles de conocimiento de las actuaciones. Hoy se sabe que el primer atentado contra el WTC pudo haberse evitado y no se hizo así por que un supervisor del FBI “tenía otras ideas sobre como combatir al terrorismo”. Sin embargo, no albergamos ninguna duda sobre el hecho de que la inmensa mayoría de funcionarios del FBI está de acuerdo en luchar contra el terror de la manera más eficaz y profesional posible respetando escrupulosamente la constitución y la legalidad vigente. Y sin embargo...
Es inevitable que en el interior de cualquier servicio de inteligencia tiendan a constituirse círculos paralelos, con ideas propias, cierto mesianismo y medios, redes de cobertura, presupuestos y posibilidades operativas. Funcionarios de la CIA, de la NSA, del Departamento de Estado, círculos del FBI, estuvieron sin duda complicados en la conspiración. Esto puede deducirse a partir de un hecho fundamental: la conspiración sólo era válida si se lograba mantenerla a cubierto de cualquier investigación y para ello era preciso contar con cómplices en las agencias de seguridad más importantes.
Pero estas agencias eran el brazo operativo, en absoluto los inspiradores de la conspiración, tan solo sus ejecutores tácticos. La estrategia estaba marcada por otros: es inútil desvincular a George Wallace Bush de su padre, sobre todo cuando los principales colaboradores de éste se han convertido en los “cerebros” del primero nueve años después de la Segunda Guerra del Golfo, la que puso a EE.UU. indiscutiblemente en el liderazgo del Nuevo Orden Mundial. Resulta imposible no ligar la Guerra del Golfo (destinada a salvaguardar la influencia americana en el Golfo Pérsico, es decir, a garantizar el suministro de petróleo), de la intervención en Afganistán que apunta hacia los yacimientos petrolíferos del Cáucaso. Se trata de dos momentos de una sola estrategia tendente a controlar los yacimientos y las reservas mundiales de crudo. Y en estos dos momentos estaban presentes: Cheney, Rumsfeld, Powell, y el apellido Bush.
La ejecución del “casus belli” fue relativamente sencilla: se eligió a un “maldito” perdido en las montañas de Afganistán, del que se conocía todo o casi todo y, en especial, su forma de actuar y pensar; no en vano, durante años agentes de la CIA habían colaborado con Bin Laden en la guerrilla arfgana. Durante años, Bin Laden había protagonizado presuntamente algunos atentados en Arabia Saudí y contra intereses americanos y, además, había constituido una red Al Qaeda de la que se decía que estaba relacionada en actos terroristas. Era el culpable perfecto, el chivo expiatorio que además, contaba con la confianza del régimen afgano, primitivo y tosco pero que atribuía –como todo el Islam- un gran valor a la hospitalidad. Así pues Bin Laden era el culpable perfecto.
Faltaban unos culpables “ejecutivos”. El FBI señaló a 19. Solo de apenas tres se sabe algo y de Mohamed Atta, lo suficiente como para saber que su papel como “coordinador” de la operación es inverosímil.
Durante meses el núcleo conspirativo creó falsas puertas en torno a Atta. ¿Cómo lo hizo? Le puso un “gancho”, ¿acaso una mujer que lo citaba en los más variados países que luego tendrían importancia en la trama (Alemania, Chequia, España, diversos países de EE.UU.)? ¿o quizás fue sólo que fue un doble de Mohamed Atta el que viajó por todo el mundo con falso pasaporte y cierta similitud física con el personaje? A fin de cuentas esto ya se hizo con Lee Harvey Oswald cuyo doble se paseó por México y EE.UU. creando pruebas falsas de su implicación en actividades antiamericanas.
Se indujo, no importa con qué subterfugio ni de qué manera, a Atta y a Merwan a que se matricularan en la escuela de vuelo de Florida y aprendieran a pilotar avionetas. Luego basto con encontrar otra excusa para que tomaran el avión que terminó estrellándose contra el WTC. ¿Lo secuestraron ellos? En absoluto: ninguno era terrorista, ni estaba capacitado para abordar una acción terrorista como esa. Sin embargo en alguno de los aviones se sabe que hubo lucha e intento de secuestro. Se sabe poco por que las cuatro cajas negras de los cuatro aviones siniestrados se han perdido.
Lo más probable es que, Atta, Merwan y el resto de los presuntos secuestradores se introdujeran en los aviones como meros pasajeros. Entonces ¿quién secuestró los aviones?
Debió existir otro comando. El verdadero comando terrorista que secuestró los aviones. ¿De donde salió? Todos los grupos terroristas generan en sus inmediaciones excrecencias en forma de disidentes, aventureros, psicópatas que siempre pretenden realizar acciones terroristas de más envergadura que las ordenadas por sus jefes. Manipular a estos grupos es un juego de niños para agentes de los servicios de inteligencia. Probablemente se recurrió a mercenarios o a fanáticos islámicos que creían que su acción iba a servir a determinados objetivos y, sin embargo, sirvió a otros. Pero no eran suicidas, tan solo pensaban conducir el avión a otro aeropuerto y pedir un rescate o la libertad de los palestinos presos en Israel, la retirada judía de los territorios palestinos, etc. La reivindicación es lo de menos, por que, a fin de cuentas jamás tendrían ocasión de plantearlas. El misterio estriba en que ninguno de los pilotos dio la señal de alarma.
Y luego los aviones se estrellaron. El ex ministro socialista aleman Von Bülow, buen conocedor del proceder de los servicios de inteligencia, presentó la tesis de que los aviones fueron teleguiados desde tierra. Se hurtó a los pilotos el control sobre los aviones, se interrumpió sus comunicaciones y, finalmente, se les llevó a estrellar contra el Pentágono y las Torres Gemelas.
¿Por qué no se simplificó la operación y los secuestradores reales fueron presentados como los que pilotaban el avión contra el WTC? Precisamente por que carecían de toda formación como pilotos, se les podía manipular pero no hasta el punto de forzar excesivamente la maniobra. Si advertían que, en lugar de secuestrar un avión, se les pedía que se suicidaran con él, seguramente la operación no hubiera sido viable. Pero luego estaba también la cuestión de los rastros dejados por la operación. Si las sospechas recaían sobre Atta, por el mero hecho de que estaba en el avión, había seguido un curso de vuelo y alguien elaboró el “testamento” que se encontró en la maleta que “casualmente” no fue facturada en el avión, se lograba que las investigaciones no se orientaran hacia los verdaderos secuestradores, lo que hubiera permitido saber algo de su pasado, de sus antecedentes, de las relaciones que hubieran podido tener antes de embarcarse en los vuelos de la muerte.
Y en cuanto a los sistemas de teleguiado de los aviones desde tierra Von Vulgo afirma que se ensayaron ya en los años 70 en EE.UU. Y así debió ser porque los últimos aviones que EE.UU. ha lanzado a la campaña de Afganistán –y que pretende implementar la “Doctrina Rumsfeld”- son los aviones sin piloto, teleguiados desde tierra y que alcanzan con singular precisión sus objetivos sin que ningún pilota corra el riesgo de ser derribado. El equipo de control de estos aparatos pesa unos pocos kilos y puede disimularse en cualquier parte del avión. Por lo demás, un equipo técnico que disponga de los planos de construcción de los aviones, sabe exactamente donde un agente operativo puede colocar un equipo que hurte el control del avión al piloto y lo entregue al equipo de vuelo sin piloto, teledirigido desde tierra o bien con un programa de vuelo que permita estrellarlo contra el objetivo. Que este sistema no es completamente seguro lo da el hecho de que un avión se estrelló contra la pradera de Pensilvania y, que otro de la KLM, línea sobre la que los “iniciados” habían especulado económicamente, no llegó a ser secuestrado.
A un suceso como el atentado contra el WTC inspirado en trabajos literarios y películas, corresponde un modo de ejecución de similar calado.
¿Qué pensaban quienes participaban en la operación? En servir a su país, ante todo; y en obtener buenos beneficios de la operación. Para ellos un solo fin –la hegemonía mundial de los EE.UU. y, con ello, sus buenos negocios- justifica todos los medios. Así se cumple el destino mesiánico de los EE.UU. establecido desde su fundación y que ha hecho que el mismo modelo histórico sea repetido con inusitada frecuencia en los últimos 150 años. En cuanto a los ejecutores materiales –los agentes de inteligencia que crearon pistas falsas sobre Atta, los que indujeron al secuestro de los aviones, los que distribuyeron pistas, noticias a informaciones falsas, probablemente sean en torno a medio centenar, experimentados en anteriores operaciones, de cuya discreción, eficacia y falta de escrúpulos sus superiores no han albergado la menor duda. Habrán actuado por disciplina y dinero, pero también por afán de aventura, posibilidades de promoción, o acaso por miedo a si negaban su cooperación, serían represaliados. Y, por lo demás, ¿quién asegura que estos agentes viven todavía? Acaso algunos hayan sido asesinados en los momentos de escribir estas líneas con el fin de cortar los eslabones de la cadena que hubiera podido conducir hasta el mandatario de los atentados. Son especulaciones, pero perfectamente viables y con base lógica, al menos para quien conoce las técnicas de actuación de los servicios de inteligencia. Y además esta hipótesis de trabajo es, a fin de cuentas más razonable que la tesis oficial que ha dado lugar a la mitología del 11 de septiembre: un hombre perdido en las montañas de Afganistán, entre pastores y agricultores de amapola, mueve los hilos de células dormidas presentes en todo el mundo, siempre desarticuladas antes de que comentan los atentados. Planifica con todo detalle la selección de 19 comandos suicidas, ninguno de los cuales tiene antecedentes en operaciones terroristas, ni siquiera el militancia islámica. Son preparados, no se sabe donde, y logran pasar desapercibidos para los distintos servicios de seguridad del Estado de medio mundo (incluidos la CIA y el Mosad israelí) que, por lo demás, investigan las redes dean a Bin Laden, como mínimo desde 1994. Esa falta de preparación se nota en que jamás utilizan pasaportes falsos, dejan huellas de todas sus actividades, actúan como un elefante en una cacharrería. Eso no impide que cometan su fechoría y, claro está, al día siguiente sus fotos y sus historiales –solo de tres- aparezcan en los medios como sospechosos. Por canales que nadie logra establecer, se vincula a Bin Laden –que desde el principio niega su participación- con este comando. Nadie sabe cómo ni por qué, ni hay pruebas, pero él es el único responsable de este crimen y de la epidemia de ántrax que seguirá. Se sabe como termina la historia: la USAF bombardea Afganistán, un gobierno títere se sienta al Kabul, tropas americanas han desembarcado en Filipinas en persecución de unos pocos miembros de un grupo terrorista que se vincula con Al Qaeda, desde hace poco, por que solo un año antes nadie había logrado ni querido establecer vínculos entre Abu Sayaf y Al Qaeda. ¿De verdad alguien puede creer una versión tan absurda?
Solamente la reiteración ad infinitum de esa versión ha podido obrar el milagro, verdaderamente aberrante, de elevar lo absurdo a la categoría de verdad absoluta. La mitología del 11 de septiembre ha pasado a ser dogma incontrovertible, ante el cual, quienes mantenemos un mínimo de espíritu crítico, quienes experimentamos horror por las imágenes que vimos el 11 de septiembre y por las que han seguido, sólo podemos sentirnos “outsiders” o ser considerados como locos. Pero vale la pena que exista un poco de locura en nuestra sociedad, y bienaventurada sea si contribuye a restablecer la verdad, sea cual sea.
Por que, hay algo de lo que nadie que nos haya seguido hasta aquí puede dudar: que quienes establecieron la tesis oficial sobre el origen de los atentados del 11 de septiembre nos mintieron a todos. Y que los que fraguaron el engaño, son los criminales inductores de los asesinatos por “razón de Estado”.
© Ernest Milà - Infokrisis
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