domingo, 9 de marzo de 1997

Internet en la marmita de los brujos

Paulo Ramírez
Artes y Letras, El Mercurio


En octubre de 1957 el gobierno y la comunidad científica estadounidenses sintieron un temblor que demoraría muchos años en apaciguarse: la agencia espacial soviética había logrado poner en órbita el primer satélite artificial de la historia, el Sputnik. El pánico resultó fructífero: a los pocos meses, gracias a la petición y a la insistencia del Presidente Dwight Eisenhower, el Congreso aprobó la creación de la National Aeronautics and Space Administration (NASA), que antes del fin de 1958 puso en órtiba su propio satélite. Pero otro resultado directo fue la organización de una oficina dependiente de la Secretaría de Defensa, llamada Advanced Research Project Agency (agencia para proyectos de investigación avanzada) o simplemente ARPA.

Para el resto del mundo, el nacimiento de esta oscura agencia, podría haber pasado perfectamente inadvertido (como de hecho lo pasó durante decenios).

Pero ocurre que bajo su alero, con su dinero y guiado por sus inspiraciones, un grupo de científicos, pequeño al principio, infinito después, sentó las bases de lo que hoy conocemos como Internet. La historia de esos hombres es la que cuentan Katie Hafner y Matthew Lyon, en "Where the Wizards Stay Up Late: the Origins of the Internet" (Simon & Schuster, 1996), un libro que, a través de un relato básicamente anecdótico y un poco recargado de siglas y de terminología especializada, logra retratar la personalidad de los "hechiceros" que trajeron a la vida a la llamada red universal de redes computacionales, y con ello, redescubrir la "personalidad" de la propia Internet.

El pánico post-Sputnik dio origen a la edad de oro de la investigación y del desarrollo militar en Estados Unidos. ARPA abrió sus puertas, a principios de 1958, con un presupuesto de 520 millones de dólares, y con planes para gastar más de 2 mil millones en diversos proyectos. Su primer director, Roy Johnson, un administrador que había hecho fabulosa carrera en Procter & Gamble, definió el rol de la agencia en términos puramente militares, delineando proyectos como el desarrollo de satélites de supervivencia global, vehículos interceptores espaciales, armas estratégicas en órbita, estaciones espaciales e, incluso, una base lunar permanente. Pero todo eso era en realidad tarea de la recién nacida NASA, por lo que de un día para otro, ARPA se quedó sin presupuesto, sin proyectos y, finalmente, sin director. El nuevo axioma era alejarse del Pentágono y enfocar su papel en la investigación básica y de largo plazo.

Entretanto, había llegado John F. Kennedy al poder, y el segundo director de ARPA, el brigadier general Austin W. Betts, dio paso al primer científico que estuvo a cargo de la agencia, Jack P. Ruina. Ingeniero eléctrico, profesor universitario y con buen conocimiento del ámbito de la defensa, Ruina (por muy paradójico que suene) logró salvar a ARPA, centrando sus esfuerzos en investigación básica sobre defensa de misiles balísticos y detección nuclear.


Simbiosis entre hombres y máquinas

En mayo de 1961, ocurrió un hecho insignificante que terminó por tener enormes consecuencias. A raíz de un contrato que concluyó en fracaso, la Fuerza Aérea recibió un enorme y costoso computador, el Q-32, que debiera haber actuado como apoyo en los sistemas básicos de alerta temprana. Sin saber mucho qué hacer con el equipo, la Fuerza Aérea se lo entregó a ARPA.

Ruina quiso destinarlo al desarrollo de sistemas de comando y control, dos palabras claves en los primeros años de la era nuclear, y para su administración contrató a J.C.R. Licklider. Sicólogo de profesión (formado bajo la fuerte influencia que B.F. Skinner tenía en Harvard), especializado en sicoacústica y entusiasta de los computadores, Licklider poseía una visión avanzada y radical acerca de ellos: pensaba que no eran simples máquinas calculadoras, sino que, en un sentido completamente mcluhaniano, tenían el potencial de actuar como extensiones del ser humano, "como herramientas que podrían amplificar el rango de la inteligencia y expandir el límite de sus poderes analíticos". El proponía una simbiosis entre hombres y máquinas, donde la máquina funciona como un socio solucionador de problemas que se encarga del trabajo sucio y deja que los humanos se dediquen su tiempo a reflexionar y tomar mejores decisiones.

Pero su aporte más práctico vino por otro lado. Para deshacerse de algunos de los alocados planes que el Departamento de Defensa pretendía encargarle (como un detector de patrones de comportamiento en los funcionarios soviéticos), Licklider debió desarrollar sus propios proyectos, y partió por reunir a los centros de investigación computacional más avanzados del país y firmar contratos con ellos. Con su humor característico, llamó al grupo la Red Computacional Intergaláctica. Llevaba sólo seis meses en ARPA cuando escribió un memorandum que hizo circular en el grupo y en el que se quejaba de la disparidad de lenguajes de programación y de sistemas de control que existían entre sus equipos. "¿No sería deseable o incluso necesario que todos estos centros estuvieran de acuerdo en algún lenguaje o, al menos, en alguna forma común de preguntar cosas como '¿qué idioma hablas?". Después de eso, lanzó su idea: "Puede ser que sólo en raras ocasiones los computadores operen juntos en una red integrada. Pero me parece importante desarrollar esa capacidad". Y ése fue el sentido que le dio a la oficina que comenzó a dirigir dentro de ARPA, la Oficina de Técnicas de Procesamiento de Información.

Interconección computacional Contratado por el sucesor de Licklider, Ivan Sutherland, un joven sicólogo y matemático llamado Bob Taylor daría los pasos siguientes para hacer posible la interconexión computacional. Claro que su motivación era sobre todo práctica: los diversos contratistas de la agencia exigían más y más recursos computacionales; cada investigador quería su propio equipo y había una obvia duplicación de esfuerzos en distintas áreas. Tal como lo relatan Hafner y Lyon, la reflexión de Taylor avanzó por el siguiente hilo:

Los computadores no eran ni pequeños ni baratos. ¿Por qué no intentar unirlos? Así, los investigadores que hacen un trabajo similar en diferentes partes del país podrían compartir sus recursos y sus resultados con más facilidad y sus proyectos podrían ser complementarios. Por eso Taylor sugirió que ARPA financiara una pequeña red para unir a la comunidad científica que trabajaba para la agencia.

Su primera decisión fue contratar a Larry Roberts, científico del Laboratorio Lincoln de MIT, para que planificara y desarrollara la red. Por esos años, y de manera independiente, tres centros de investigación estaban pensando en la idea de la interconexión de computadores. Uno era la RAND Corporation (importante contratista del Departamento de Defensa), donde Paul Baran, había diseñado una red para conectar los equipos militares que sería capaz de sobrevivir incluso un ataque nuclear. Sus esquemas posibles eran tres: una red centralizada, que desde un punto abría sus tentáculos para llegar a toda partes; una red descentralizada, con varios centros de igual importancia que se desperdigaban en diversos computadores, y una red distribuida, donde cada equipo es un centro igualmente importante, conectado a varios otros equipos a la vez. Además, concibió una forma de superar uno de los problemas que más difícil hacía la interconexión: la lentitud y poca confiabilidad de las líneas telefónicas. Este mismo desafío estaba siendo abordado en Inglaterra, al interior del Laboratorio Nacional de Física por Donald Davies. La solución a la que llegaron separadamente consistía en la partición de los mensajes electrónicos en pequeños paquetes de igual tamaño que serían enviados a través de la red, y que deberían buscar sus propios caminos para llegar al computador de destino. El concepto fue bautizado como "packet-switching". Baran buscó apoyo para su proyecto en AT&T, el gigante de las telecomunicaciones estadounidenses de la época, pero fue rechazado por impracticable. A Davies le fue mejor en su país, y el desarrollo de la red británica avanzó con sólo unos años de retraso detrás de la norteamericana. El tercer centro era MIT, donde Leonard Kleinrock escribió el primer ensayo sobre "packet-switching" en 1961. El proyecto de ARPA, que fue el que se convirtió en realidad, utilizó las ideas de Kleinrock, y en una reunión en Ann Arbor, Michigan, en 1967, citada por Roberts para discutir el experimento de la red, se consolidaron los conceptos de la red distribuida y del "packet-switching", a los que se agregó un tercer elemento, sugerido por el científico Wes Clark: la necesidad de un computador que sirviera de intermediario y que funcionando como espina dorsal de la red pudiera comunicarse sin problemas con cualquier tipo de equipo. Esa idea de computador fue llamada "Interface Message Processor" (IMP), y fue la solución práctica para que la red de ARPA pudiera hacerse realidad.

A mediados de 1968, Roberts y los colaboradores de ARPA habían finalizado el diseño esencial de la red, la que comenzaría conectando cuatro puntos dentro de Estados Unidos: la Universidad de California en Los Angeles, el Stanford Research Institute, la Universidad de Utah y la Universidad de California en Santa Bárbara, a través de los llamados IMPs. Pero habiéndose logrado experimentos exitosos en "packet-switching" (especialmente los realizados por Kleinrock) y teniendo el diseño de la red, faltaba un detalle nada de menor: construir el equipo que serviría como intermediario o mensajero.

Para eso, ARPA llamó a una licitación que fue ganada por Bolt Beranek and Newman, una pequeña firma de Cambridge, Massachusetts. Su preocupación principal era la confiabilidad. Como plataforma de hardware para elaborar el mensajero se escogió el nuevo DDP-516 de Honeywell, un computador que estaba demostrando una sofisticada capacidad para operaciones de tipo input/output (entrada y salida), que era justamente lo que los IMP necesitaban. Heart también creía que esta subred de mensajeros debía operar de manera invisible para el usuario, haciendo aparecer la conexión entre computadores como una operación directa y transparente. En un mes de trabajo (y con todos sus hechiceros trasnochando), BBN pudo entregar su propuesta. Ganarla significó el pago de un millón de dólares, pero también la obligación de entregar cuatro equipos mensajeros y tener la red funcionando en apenas doce meses.

Las obsesiones y los métodos de trabajo del equipo encabezado por Heart, llamados los "IMP Guys", llegarían con el tiempo a permear a la red completa.

Por ejemplo, la informalidad en las comunicaciones. La única obligación (en ese tiempo y también ahora, cuando Internet ha cambiado enteramente su cara) es escuchar al otro y aceptar la posibilidad de que tenga la razón. Pero cualquiera puede hablarle a cualquiera. En ese sentido, el equipo que comenzó a dar vida a la Arpanet (que después sería absorbida por Internet) jugaba con reglas tremendamente democráticas, las que persistieron durante los años siguientes, y de las cuales todavía queda alguna muestra en la ultracomercializada World Wide Web. Otra característica, la participación, también surgió durante la elaboración de la red, cuando un pequeño grupo de estudiantes de postgrado de las cuatro universidades envueltas en el proyecto decidió trabajar en el problema de la comunicación entre los servidores de la red (llevar los paquetes de información de un servidor a otro era tarea de BBN, pero hacer que cualquier computador pudiera entender esa información sería desafío para este grupo informal). Al poco tiempo se darían cuenta de que lo que buscaban era un protocolo de comunicación.

Los "IMP Guys" cumplieron su parte del contrato, y a fines de 1969 los cuatro equipos mensajeros estaban instalados. Cada equipo fue conectado a un servidor, en las cuatro universidades participantes (donde los esperaban con ansias, para avanzar en sus propias investigaciones, casi todas orientadas, todavía, al área de defensa). Pero el protocolo demoró más tiempo en llegar: recién a mediados de 1970 el grupo de estudiantes logró completar el Network Control Protocol ; un año más tarde presentaría el File-Transfer Protocol y terminaría de pulir el programa Telnet (que permite el acceso distante a otro computador simulando ser un terminal conectado directamente a él).

Hacia fines de 1972, Arpanet funcionaba satisfactoriamente y estaba lista para estrenarse en sociedad. Con motivo de la Primera Conferencia Internacional en Comunicación Computacional, realizada en Washington, D.C.,

se montó una demostración pública del funcionamiento y de las capacidades de la red, gracias a la instalación en el lobby del hotel donde se efectuó la muestra, de un computador mensajero, continuador de los originales IMPs. La exhibición fue un éxito, entusiasmó a los científicos y abrió el apetito de algunos fabricantes de equipos y productores de software.

Desde el principio, y en una tradición que continúa hasta hoy en Internet, Arpanet fue utilizada simultáneamente para mejorar las capacidades de la propia red y para trabajar en proyectos de índoles muy diversas. La mejor demostración de esa realidad la constituye el correo electrónico. Incluso en la actualidad, el e-mail es la aplicación más utilizada de Internet (hacia 1973, tres cuartas partes del tráfico de Arpanet era correo electrónico), y su desarrollo fue uno de esos proyectos participativos que encuentran en la red su mejor entorno. El primer programa para correo electrónico fue escrito por Ray Tomlinson, de BBN, en 1972. Pero su aporte mayor tuvo que ver con la casualidad: al elaborar un programa que iba a enviar mensajes de un computador a otro (cada uno de esos computadores utilizado por diversos usuarios), necesitaba un signo para separar el nombre del usuario del nombre del servidor. Miró su teclado y, sin motivo racional alguno, escogió el signo @ (arroba, que en inglés también significa "at", es decir, en). Su primitivo programa fue mejorado por los demás usuarios en el "Message Group", quienes se pusieron de acuerdo, no sin dificultades, en cómo manejar los encabezamientos de los mensajes, cómo definir las direcciones y qué normas no escritas incorporar en lo que se conoce ahora como "netiquette" (el Manual de Carreño de la red). Los programas de correo fueron haciéndose cada vez mejores, y eran distribuidos gratuitamente a través de la red.

Masiva comercialización en la red de redes A principios de los setenta, Arpanet era conocida en prácticamente todas las universidades de Estados Unidos. El número de servidores conectados había crecido desde los cuatro originales hasta varios cientos, y algunos científicos trabajaban en la experimentación con nuevos sistemas de transmisión de los datos, utilizando los satélites y las ondas radiales.

Esos tres sistemas, el terrestre, el satelital y el radial, no tenían posibilidad de interconexión. En ese problema se interesaron Robert Kahn (de ARPA, rebautizada DARPA, por defensa) y Vinton Cerf (este último conocido después como el padre del Internet, en ese tiempo investigador de Stanford), quienes comenzaron a trabajar en un nuevo protocolo que permitiera a cualquier red conectarse a Arpanet, no importando sus características internas. Según sus planes, los paquetes de información serían trasladados por "routers" que no tocarían la información contenida en ellos y, tal vez lo más característico de Internet, no habría ningún tipo de control global de las operaciones. La red distribuida soñada por Paul Baran más de diez años antes se hizo realidad, gracias a Cerf y a Kahn, con la creación del Transmission-Control Protocol, el ahora famoso TCP. A pesar de los avances logrados por BBN y DARPA, un pilar indispensable para idear una red de redes fue el desarrollo del TCP/IP. Sin ese protocolo, que permite realizar todos los servicios de transporte y envío de datos, no sería posible la interconexión de redes que existe actualmente.

El desarrollo y la proliferación del TCP/IP fueron apoyados por el nacimiento de las redes de área local, que son las que existen hoy en la mayoría de las empresas. Esas redes (entre las cuales la más común hoy día es Ethernet, creada por Bob Metcalfe, del centro de investigación de Xerox en Palo Alto) se conectan a Internet a través de un "router", utilizando el protocolo inventado por Cerf y Kahn. Las facilidades para la instalación de redes y su conexión a Internet hicieron que la red de redes creciera de manera explosiva. Tanto así que la antigua lista de nombres de los servidores de Arpanet ya no servía, y mediante de una nueva ronda de colaboración a través de la red fue creado el Sistema de Nombres de Dominio, que estableció la estructura de las direcciones de Internet y la dividió en siete denominaciones distintas: gov (por gobierno), com (por compañía), org (por organización sin fines de lucro), mil (pot militares), net (por proveedores de la red) y int (por tratados internacionales). A ellos se agregarían después los dominios de países (cl es el de Chile).

A estas alturas, era claro que la participación de DARPA en todo el proyecto había llegado a su fin. Sobre todo si se consideraba que otras agencias gubernamentales habían montado sus propias redes y las habían interconectado (a través del protocolo TCP/IP): CSNET, NFSNET, BITNET, SATNET, entre otras.

Era la hora de que los hechiceros dejaran de trasnochar. Mark Pullen, programador de DARPA, tuvo como misión desactivar uno por uno los mensajeros originales, y reconcetar las redes a Internet. (El IMP número uno todavía está en exhibición en la Universidad de California en Los Angeles).

Repartida por todo el mundo, ya al margen del financiamiento federal estadounidense, Internet ha seguido experimentando desarrollos. El más espectacular de todos, la World Wide Web, creada por Tim Berners-Lee en el laboratorio de física de CERN, en Ginebra, Suiza, que ha permitido la comercialización y la masificación completa de la red. Con sus capacidades interactivas y multimedia, la web simplifica el uso de Internet y amplifica el espectro de sus herramientas y de su llegada. Simplemente moviendo el cursor del computador personal y apretando el botón encima del texto (en realidad hipertexto) o de las imágenes, se puede acceder en segundos a una cantidad de información jamás imaginada, y en formatos de texto, imagen estática, audio, animacion y video.

Internet ha puesto sobre la faz de la tierra no sólo una herramienta de intercambio de información, sino un medio de intercomunicación de indefinibles posibilidades, que ya está modificando la manera de realizar un sinnúmero de actividades profesionales, comerciales y de esparcimiento.

Algunos de sus conceptos originales comienzan a desaparecer, como el de la gratuidad, por ejemplo, que se basaba en la idea cierta de que todos los que están conectados a la red tienen algo que compartir (ahora muchos tienen algo que vender), pero otros siguen vigentes, como la comunicación horizontal, libre y democrática que permite el correo electrónico, o el intercambio de toda información que sirva para incrementar el conocimiento científico y académico en general, o la convicción de que los estándares (tan importantes en este mundo virtual) se adoptan, no se decretan, o, por último, la realidad de que nadie se encuentra tan lejos como para estar fuera del alcance de Internet.