Una parte muy importante de esta “mentira institucional” encuentra su génesis en la acción psicológica emprendida por la industria del entretenimiento estadounidense - con Hollywood a la cabeza -, la que ha venido entregando desde hace décadas, mensajes publicitarios que permiten a cada hombre y mujer escapar de la gris cotidianidad, para acceder a un mundo feliz proyectado sobre una pantalla electrónica. Una suerte de Disneyrealidad que pretende ser tremendamente atractiva, sobre todo para los millones de pobres de nuestro continente, pero que tiene mucho de ficción y poco de autenticidad. La cara más oscura de esta farsa se encuentra en Arizona, que intenta transformarse en una suerte de Estado policiaco, existiendo actualmente vía libre para detener a toda persona que aparente ser un inmigrante ilegal (y que ostente rasgos latinos, obviamente).
Los que manejan el poder en Estados Unidos, el poder real, utilizan técnicas de acción psicológica sobre las mayorías poblacionales, que activan y manipulan las necesidades más profundas de la psiquis humana - trabajo, seguridad, dinero, codicia -, logrando influir sobre su estructura mental y generando altos niveles de permeabilidad a nuevas sugestiones, al actuar sobre el inconsciente colectivo. Las personas son conducidas a aceptar determinados conjuntos de ideas, paradigmas y pautas (democracia, derechos humanos, economía liberal), mientras rechazan otros, a menudo con la fuerza que caracteriza a los reflejos condicionados.
De esta manera, el ansia por lo trascendente, por los temas del espíritu, hoy en día se canaliza y dispersa hacia banales aventuras de ficción, series televisivas y películas de acción donde los héroes son individuos violentos, y a menudo descarados. Lo que a primera vista parecen inocuos entretenimientos, gracias a la fuerza que ejerce la repetición y el uso muy sutil de técnicas subliminales en la filmación y la actuación, y a efectos especiales de todo tipo, termina transformándose en una herramienta de efecto hipnótico que remodela y modifica los patrones de conducta de las mayorías en relación a la sociedad, a la autoridad, a la familia y el amor, a la solidaridad, a la violencia, y en ciertas instancias hasta logran tergiversar la historia. En el caso de Hollywood, este proceso se orienta principalmente hacia las generaciones jóvenes y de mediana edad, produciendo fenómenos de transferencia psicológica muy complejos de entender.
Por ejemplo, si se posiciona a una determinada personalidad - estrella de cine o cantante de moda -, como modelo para la juventud, se produce entre amplios sectores de la población un efecto de identificación psicológica. Si luego, esa misma “estrella” adopta patrones de conducta en sus actitudes hacia el dinero, las drogas, la autoridad, el crimen o determinadas ideas políticas, entonces resulta previsible que un gran número de sus admiradores adoptarán como propios esos mismos patrones de conducta. Se trata de una auténtica simbiosis entre el modelo popular y las masas de sus seguidores que, multiplicado y expandido a otros ámbitos, conforma un verdadero proceso de reingeniería social.
Estos modernos héroes del cambio se transforman en vehículos portadores de una suerte de virus psicológico que impone nuevas ideas, según los requerimientos de ese ubicuo “cambio”. Con estas técnicas y metodología se pueden imponer las ideas más aberrantes, tanto en la juventud como en los no tan jóvenes. El fin último parece conducir, por diversas vías y caminos, a transformarnos en unos esclavos del dinero y del consumismo. Amasar más y mayores bienes terrenales, comprar, endeudarse, es el Leitmotiv de la vida moderna, y si Estados Unidos/Hollywood así lo postula, entonces tiene que ser cierto (para muchos).
latercera.com
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