Me entero por azar de que alguien, usando mi nombre, “twittea” mensajes —supuestamente míos— en internet. Creo que hasta he opinado —en realidad lo ha hecho mi falso otro yo— sobre el conflicto con Perú, la baja del dólar y qué sé yo… El Twitter parece ser el paraíso de los opinólogos, y ahora lo es de los usurpadores de identidad. Hasta hace poco no sabía lo que era “twittear” y el verbo me ha parecido siempre una de esas siutiquerías en spanglish que abundan hoy entre los “hiperconectados”, los esclavos de Blackberry, los adictos de Facebook y otras yerbas.
Dos fenómenos aparentemente opuestos coexisten hoy en la red: un narcisismo exhibicionista desatado, por un lado, y un travestismo de identidades, por otro. En realidad, intuyo que son dos caras de una misma moneda.
Pero ése es tema para otra columna. Por ahora me centraré en esa subespecie de los travestis virtuales: los que usurpan una identidad o se refugian bajo un nombre falso, y practican el deporte de atacar y enlodar a otros impunemente. Son tiempos de cobardía, de no dar la cara, de espadachines de debates virtuales que, en la realidad, serían incapaces de discutir frente a frente con otro.
Nuestros tatarabuelos resolvían sus diferencias en duelos cuerpo a cuerpo. Hoy, muchos se dan “tunazos” en encendidos blogs, pero jamás se atreverían a pegar o recibir un buen combo, como en los viejos tiempos. Hay algo psicopático y esquizofrénico en todo esto. Alumnos —escudados en el anonimato o bajo falsas identidades— linchan públicamente a un profesor o a un compañero. Esto no es el “ágora” virtual, como algunos eufóricos del cibermundo han querido sugerir. Por favor, no ofendamos a los griegos, que sí supieron dialogar, con altura y estilo, al aire libre, en los jardines de la academia. Esto es la orgía de ociosos que se lo pasan pegados al computador, falsos héroes de guerras de mentira. Es la gran escuela de la cobardía, de la falta de virilidad.
De estas prácticas se están alimentando las nuevas generaciones: en no dar la cara, en no arriesgarse al intercambio directo, con voz, cuerpo, presencia, réplica y contrarréplica mirándose a los ojos. ¿Qué engendros saldrán de esta sopa de tecnología y cobardía? Bienvenidos al gran Carnaval 2.0, donde bajo máscaras de todo tipo muchos anónimos se sienten controlando el mundo con un zapping y un mouse, como en el circo romano.
Estamos ante un nuevo tipo de terrorismo virtual diseminado, una red de pequeños Bin Laden dispuestos a disparar a quemarropa, sin dios ni ley. Pero sin riesgo personal alguno. No estoy diciendo que internet y todos sus derivados sean malos ni buenos en sí mismos. El tema es quién los usa. No son lo mismo Oscar Wilde o
En los blogs a veces asistimos a conversaciones enriquecedoras y estimulantes (un verdadero caleidoscopio de puntos de vista), pero que terminan siendo arruinadas por resentidos de todo tipo, psicópatas, hackers y toda una fauna más bizarra que la corte de los milagros. El imperativo “Sé quien eres” fue formulado por Píndaro, el gran poeta griego, hace más de dos mil años. ¿No nos estaremos volviendo adictos a hablar desde las sombras, donde no llega la luz, como niños mentirosos y sin voluntad de ser lo que somos de verdad? Leo que los “twitteros” están eligiendo en estos días al “rey” o “reina” del Twitter. Lo único que faltaría es que mi usurpador me presente de candidato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario