jueves, 5 de enero de 2012

Cuidado con Chile

Por Cristián Warnken 



¿Qué pasaría si la Catedral de Notre Dame de París se quemara y se descubriera que el origen del incendio es producto de la negligencia de un turista extranjero que prendió fuego al interior de ella? ¿Qué ocurriría si por un descuido de un turista chileno se incendiara una sinagoga milenaria en Jerusalén o una mezquita en La Meca? El que miles de hectáreas de las Torres del Paine estén ardiendo es tan grave para Chile como lo serían para franceses, judíos e islámicos las imaginarias destrucciones que acabo de enumerar. Porque los templos de Chile son nuestras cumbres, nuestros bosques, porque nuestro tesoro espiritual y sagrado es nuestra geografía y paisaje. Por eso Neruda en su poema "Entrada a la Madera", cuando se sumerge en el bosque austral, afirma: "en tu catedral dura me arrodillo/ golpeándome los labios con un ángel". Hay turistas que, en estas lejanías, se arrodillan sólo para hacer sus necesidades o quemar papel confort y hacer arder miles, millones de años de historia y prehistoria.

¿Pero merecemos que las Torres del Paine sean nuestras? Quien ha recibido un regalo tan inconmensurable y puro como éste debe cuidarlo. Cuidarlo no significa sólo tener un puñado de guardaparques o levantar hoteles cinco estrellas bajo un cielo de millones de estrellas en noches y amaneceres únicos en el mundo. Hay que primero amar y luego conocer el Ser de lo que se cuida, para merecer "domesticarlo": el verbo fue acuñado por el autor de "El Principito", Antoine de Saint Exupéry, quien sobrevoló como piloto aeropostal y se deslumbró con esta Patagonia hoy afrentada. El valor de las Torres del Paine tiene que ver con la dimensión estética y metafísica de nuestro territorio. Y será un valor cada vez más escaso y apreciado en el mundo. Me gustaría que nuestros propios reservistas, nuestros jóvenes fueran enviados a la Patagonia a conocerla y habitarla, antes que miles de reservistas de un país lejano que acampan en lugares prohibidos, infringen y desobedecen toda norma y prenden fogatas con ramas de hojas perennes. Dudo que hagan lo mismo en su propio país.

¿Pero no somos nosotros mismos los peores turistas de lo propio? ¿No basureamos acaso nuestro litoral? ¿No hemos convertido a Valparaíso, Patrimonio de la Humanidad, en una postal pintada a la rápida "con una mano de gato" de colores chillones, sin un mínimo sentido de nuestra propia estética e historia? En Santiago disminuyen las áreas verdes y aumenta el cemento, convirtiendo a nuestra ciudad en una caldera en el verano. Se alzan torres babélicas y se derriban árboles. Se privatizan las dunas de Concón y una "mano negra" redujo las 45 hectáreas del Santuario de la Naturaleza a 12. La avidez inmobiliaria no tiene límites, pero sí mucho lobby .

Hay pocos países del mundo que junten tanta belleza con tanta inconsciencia y negligencia como éste. Dicen que O'Higgins, antes de morir, la última palabra que pronunció fue "Magallanes". Tenía plena conciencia de la frágil soberanía sobre esas tierras australes, sobre ese paraíso. Dudo que la última palabra antes de morir de los miembros de nuestra clase dirigente sea el nombre propio de algún rincón de Chile. Ellos están pensando en votos, y en la Patagonia hay pocos habitantes por metro cuadrado. El Puro Chile se ha convertido en pura desidia, en puras declaraciones y en pura usura, y basura. Ahora la basura ardió. Nos fueron dados bosques centenarios de lenga y ñirre, hoy convertidos en ceniza, y el huemul, nuestro ciervo nativo, querrá con toda razón salirse del escudo nacional. ¿Conocen nuestros estudiantes el nombre propio de los árboles del sur, o de alguna de las más de 125 especies de aves patagónicas? ¿Saben quién es el zorro gris o qué es el calafate, una de las especies nativas más dañadas con este incendio? Tarea urgente para el nuevo ministro de Educación: que a las nuevas generaciones se les enseñe a amar y a conocer la geopoética de este territorio sagrado hoy en llamas.



Me gustaría que nuestros jóvenes fueran enviados a la Patagonia a conocerla y habitarla, antes que miles de otros de un país lejano que acampan en lugares prohibidos, infringen y desobedecen toda norma y prenden fogatas con ramas de hojas perennes.

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